"[El emir] Abdelkader [1808-1883] practica el gran yihâd desde su retorno de los peregrinajes. Preconiza la muyâhada sobre sí, el combate contra sí mismo, el esfuerzo personal. Estudia para conocerse a sí mismo, para luchar contra las pasiones y, por lo tanto, es un esposo tierno y atento, y un padre vigilante. En religión no es nada dogmático; practica la ascética y la hermenéutica, ayuna bastante a menudo, estudia siempre y consulta, explica pero no tiene la presencia alicaída de los devotos ensimismados; él está abierto a la vida. Él está vivo y vigilante".
[Bruno Étienne, Abdelkader, Hachette, París, 1994, p. 116].
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