El espíritu de la 'yihâd'
"El verdadero guerrero
del islam rompe el cuello de su propia ira con la espada de la tolerancia (como
dice Mawlânâ Rûmî en el Masnaví, siguiendo el discurso de 'Alî); el falso
guerrero rompe el cuello de su enemigo con la espada de su ego desenfrenado. Para
el primero, el espíritu del islam determina a la yihâd; para el segundo, la ira
amarga, haciéndose pasar por yihâd, determina al islam. El contraste entre
ambos difícilmente podría ser más claro. No hay que creer que los episodios
narrados aquí como ilustraciones de la auténtica yihâd representan un ideal
sublime e inalcanzable, sino que expresan la norma sagrada en la tradición
islámica de la guerra; puede que esta norma no se haya aplicado siempre en la
práctica -siempre se pueden encontrar desviaciones y transgresiones-, pero se
mantuvo continuamente en principio y la mayoría de las veces dio origen al tipo
de caballerosidad, heroísmo y nobleza de los que aquí hemos dado unos pocos
ejemplos entre los más sobresalientes y famosos.
Esta norma sagrada se
destacaba claramente a la vista de todos, respaldada por los valores e
instituciones de la sociedad musulmana tradicional. Los que presten suficiente
atención todavía pueden discernirla a través de las nubes de la pasión y de la
ideología. El Emir [Abdelkader] lamentaba la escasez de "campeones de la
verdad" en su época; en la nuestra, nos encontramos con un espectáculo aún
más grotesco: los campeones de la auténtica yihâd son descuartizados por
terroristas suicidas que pretenden ser mártires de la fe. Uno de los muyâhidîn
verdaderamente grandes de la guerra contra los invasores soviéticos de
Afganistán, Ahmad Shâh Masud, cayó víctima de un ataque traicionero llevado a
cabo por otros dos musulmanes, en lo que fue evidentemente la primera fase de
la operación que destruyó el World Trade Center (...). La razón de que Masud
fuera tan popular era precisamente su fidelidad a los valores de la guerra
noble en el islam, y fue esa misma fidelidad a esa tradición lo que hacía de él
un peligroso enemigo de los terroristas -más peligroso, se puede decir, que el
más abstracto enemigo que era "Occidente"-. Para presentar el
asesinato indiscriminado de civiles occidentales como "yihâd", los
valores de la verdadera "yihâd" tenían que estar muertos y
enterrados.
El asesinato de Masud fue, por
tanto, doblemente simbólico: él personificaba el espíritu tradicional de la
yihâd que necesitaban destruir los que deseaban adoptar su manto roto; y fue
sólo mediante el suicidio -la subversión de la propia alma- cómo esta
destrucción o, mejor dicho, esta aparente destrucción pudo perpetrarse. La
destrucción sólo es aparente por cuanto, por una parte: "No se destruyen
sino a sí mismos, los que preparan un foso de fuego virulentamente ardiente
[para todos los que ha alcanzado la fe]" (Corán 85, 4-5). Y por otra
parte: "No digáis de los que mueren en el camino de Dios: están muertos.
No, están vivos, aunque no lo percibáis" (Corán 2, 154).
Finalmente, señalemos que, si
bien es realmente cierto que al mártir se le promete el Paraíso, el verdadero
mártir (shahîd) es aquel cuya muerte verdaderamente da "testimonio"
(shahâda) de la verdad de Dios. La conciencia de la verdad es lo que debe
animar y articular el espíritu del que "lucha en el camino de Dios";
luchar por cualquier otra causa que no sea la Verdad no se puede llamar una
"yihâd", al igual que el que muere luchando por tal causa no puede
ser llamado "mártir". Sólo es un mártir el que puede decir con
absoluta sinceridad: "En verdad mi oración y mi sacrificio, mi vida y mi
muerte son para Dios, Señor de toda la creación" (Corán 6, 162)".
[Reza Shah-Kazemi,
"Recordando el espíritu de la yihâd", en Joseph E. B. Lumbard (ed.),
El islam, el fundamentalismo y la traición al islam tradicional, J. J. de
Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2007, pp. 228-230].