"Tenemos aquí, por otra parte, un ejemplo de trivialización del lenguaje, que nunca ha sido signo del apogeo ni del refinamiento de una civilización. Esta trivialización va unida a una singular falta de sensibilidad en las relaciones humanas; ya sea respecto a sus condiscípulos o a sus profesores, los alumnos se expresan la mayoría de las veces en un lenguaje crudo y directo (¡que se aprecia tanto! -es mejor ser descarado que tímido, al parecer, como si se tratara de una alternativa-), cuando no es francamente grosero. Lo peor es esta especie de instalación confortable en esta manera de expresarse; las mentes a la larga se embotan, y consideran -en opinión incluso de algunos alumnos- completamente normal y legítima esta forma de manejar el lenguaje. La delicadeza y el tacto son valores caducos; la grosería y la falta de nobleza vienen a suplantarlos. En el shinto [japonés], como en el islam -por no citar más que estos dos ejemplos- la cortesía forma parte integrante de la religión. Se trata esencialmente de no detenerse en la accidentalidad terrenal del prójimo, sino de tener conciencia de su substancia celestial".
[Ghislain Chetan, La escuela a la deriva. La enseñanza actual a la luz de la Tradición universal, J. J. de Olañeta editor, 2012, pp. 53-55].
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